lunes, 16 de abril de 2007

Cascabeles


Supongamos que corría el año 1967. Madrid despertaba lentamente en primavera los domingos. El aire era una fiesta, los pájaros alborozaban la mañana por los tejados cuando por el patio hasta mi cama, afinadas se escuchaban las bocinas de los trenes que partían hacia el sur desde la estación de Atocha. Los rayos de sol traspasando el ventanal del salón definían un haz de polvo en suspensión sobre el eterno sillón de cuero verde. La casa era un suspiro y por la carrera de san Jerónimo desde Neptuno, subían repicando al trote dos hermosos percherones blancos de cascabeles engalanados anunciando rítmica la llegada del carro de la leche. La leche que te han dado. El tiempo justo para vestirme sigiloso mientras todos dormían, bajar la escalera raudo, los escalones de dos en tres para salir al paso desde la esquina con Madrazos y agazapado engancharme en marcha a los ejes del carromato que al trote me llevaba hasta la churrería de la calle León donde me bajaba para comprar las porras y los churros para el desayuno. Poco a poco, domingo tras domingo, fui tomando posiciones. De los ejes pase a sentarme en la plataforma con los bidones, de la plataforma, después de muchos domingos, llegue hasta el trasportín junto al lechero Un domingo aquel hombre despues de no haber mediado nunca palabra alguna me dio la fusta y me dejó guiar el carromato. Aquél fue mi último paseo, nunca mas volví a verle pasar por Cedaceros y hoy es el día en el que en cualquier lugar del mundo donde quiera que me encuentre, al amanecer oigo el repicar de aquellos cascabeles al trote, llamándome a recordar aquellos domingos felices de primavera en los que desayunábamos churros....y porras.

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