martes, 28 de agosto de 2007

Verano del 68

En aquel verano de 1968, no sin grandes esfuerzos y haciendo gala de una meticulosa previsión de fondos, mi padre decidió llevarnos de vacaciones a la isla de Ibiza. Para ello, previamente había reservado habitaciones en un pequeño hostal situado en la por aquél entonces apacible bahía de San Antonio Abad, al oeste de la isla. Al atardecer, cuando el sol empezaba a perderse por el horizonte dejando paso a la noche, llegamos a la ciudad de Alicante y nos dirigimos al puerto, no sin antes saborear un helado de barquillo por barba en el antiguo kiosko de la explanada. Al fondo de aquél muelle del puerto, calentando motores esperaba amarrado el "Ciudad de Alicante" un viejo y asmático cascarón de hierro crudo. Una actividad desenfrenada, rodeaba todo aquel ambiente. Gente de toda índole se despedía efusivamente como si se fuera a acabar el mundo. Un nutrido grupo de rudos operarios vestidos de azul oscuro, amarraban uno a uno los vehiculos mediante una red hecha con gruesas maromas de cuerda a una polea, alzándolos tambaleantes en vilo a voz en grito e introduciendolos meticulosamente en la bodega del barco junto a todo tipo de enseres y mercancías. Mi padre había comprado para el trayecto que supuestamente duraba ocho horas, unos billetes en cubierta y a la intemperie denominados "silla de toldillo" y un escueto camarote para mi madre. A las doce en punto, una estruendosa sirena perfectamente afinada rompió el aire tibio de la noche, mientras soltaban amarras. A modo de despedida, multitud de rollos de papel higiénico comenzaron a desplegarse hasta sus últimas consecuencias, en medio de efusivos gritos y recuerdos desesperados entre los pasajeros y aquellos que se quedaban en tierra y aquélla leyenda en forma de barco, maniobrando con destreza se adentró en la oscuridad del mar camino de la isla de Ibiza, al amparo de una luna generosa. Yo tenía entonces diez años y nunca había contemplado nada parecido; aquello era fascinante. La cubierta del barco estaba llena de gente singular, algunos lucían unas melenas enormes, llamativos pendientes, anillos y tatuajes; vestidos con ropas y andrajos de intensos colores, niños y niñas, padres y madres purulaban por el barco hablando en idiomas muy diversos, desprendiendo intensos olores muy marcados, a pachuli y a marihuana; eran aquellos hippies maravillosos que quisieron cambiar el mundo. Aquella noche inolvidable no pude dormir ante aquel panorama tan excitante, porque un nuevo mundo se abrió ante mis ojos. Ya de madrugada, cuando empezó a amanecer entre la bruma que da paso al día, apareció repentina y majestuosa la figura imponente del peñón de "Es Vedra" coronada por un ejercito de gaviotas defensoras del picacho, chillando alborotadas alrededor de aquella colosal roca plantada en mitad del mar. La costa de Ibiza cercana y apacible y a lo lejos D'alvila, la ciudad amurallada con su castillo en lo alto; final de trayecto para corsarios apátridas, artesanos y aventureros. Que tiempos aquellos, lo pasamos fenomenal, fue un verano maravilloso cerca del mar.

viernes, 10 de agosto de 2007

La Amistad

Antiguamente la amistad era un valor compartido durante toda una vida. Se daba el caso de tener que acompañar al cementerio a los fieles amigos de toda una época, a su entierro o al tuyo. Aquello era una delicada, pequeña pero grande cuestión de lealtad; que hermosa palabra. Peter Popphelreuther, Luis Aurie, Tivor Revest, Ricardo Atalaya y Javier de Winthuysen fueron los grandes amigos de mi padre en su juventud. A mi me bautizaron con el nombre de Javier por este último, al que por cierto fusilaron en las tapias del cementerio de la Almudena. A todos ellos les atrapó la guerra civil alrededor de los veinte años. Peter se casó con la tía Marichu, hermana de mi padre a la que nunca llegué a conocer. La única vez que vi llorar a mi venerado padre fue un día en el que nos hablaba de su querida hermana. Como Peter era alemán, cuando estalló la segunda guerra mundial, fue llamado a filas y tuvo que combatir en el frente de Polonia. Cuando terminó aquella terrible contienda, se le dio por desaparecido, pero la tia Marichu no se daba por vencida y se marcho a Alemania en su busca. Después de recorrer aquél país devastado, perdida la esperanza del reencuentro, regresó a España gravemente enferma. En el lecho de su muerte, quiso despedir a sus hermanos uno a uno y cuando le llegó el turno a mi padre, le pidió que bajara al kiosko de Canalejas que estaba en la esquina del Paseo del Prado y que le subiera un gin-tonic; mi padre salió raudo a cumplir aquel deseo y al regresar exhausto, ella ya había fallecido. Poco tiempo después, Peter apareció un día por Madrid, venía andando desde Alemania con lo puesto, deshecho y en busca de todo aquello que un día tuvo que dejar y que el tiempo había desvanecido. Peter rehizo su vida, volvió a casarse y tuvo dos hijas, Berber y Gavy, siempre fueron mis primas y aunque los lazos biológicos se habían roto, para la familia hasta el final de sus días siempre fue el tio Peter y para mi padre por encima de todo, y se dejaba sentir aquella lealtad, un entrañable amigo de juventud.

jueves, 2 de agosto de 2007

ALGARABIA

Se acabaron las mañanas tan dichosas de quehacer, un minuto indiferente se interpuso entre los dos, la autopista ciento veinte se presume universal, la colina allá a lo lejos y ese toro colosal. Tarde de siesta gloriosa y callada, de agosto forzada a no hacer otra cosa, ventana curiosa, la puerta cerrada, un pájaro canta detrás de la almohada. Y llega la noche después de otro día, manzanas al horno quien me mandaría, ciudades que roban la infancia vacía, que mala pata, algarabía. Quien te enseño a tirar de las orejas a los sauces, a soplar a traición por detrás de las rodillas, a ponerte pantalones de tergál por la cabeza, a tomar el sol que guarda la madera del verdugo. Si miro hacia atrás, se apaga la hoguera, no hay luz en la casa, ni perro, ni amigo, el duelo en la mesa, detrás la nevera, araña la manta, me duermo contigo. Del cielo a Narvaez, calculo una hora, aparque señora "la genti labora", que no dice el guardia, se sube al arcén, se sufre en silencio, adiós que te den.