
Era de noche como en el peor de los casos posibles. Un viento cortante y frío presagiaba el inminente naufragio; llovía apasionadamente y fue un error dejarte marchar, un instante fatídico. Adiós a tu preciosa sonrisa, generosa y colmada, ahora el afilado silencio, ese oscuro pasadizo que deja la peor de las ausencias, ni siquiera un portazo, un ápice de rabia; si el llanto amargo en sopera de hastío. El tiempo ilumina los zarpazos que va dejando esta contienda. Habrá con suerte quien venga a maquillar las cicatrices, porque a pesar de aquella noche que mostró soberbia sus colmillos, el sol paciente una vez mas, saldrá mañana para todos.
Frágil, templada y solemne amada, envuelta en una brisa perfumada, sobre una piedra dada. Caen las primeras hojas del otoño breve y conspicuo. La tarde que acaricia el árbol, te teme y nada.... me abandono un instante ¡ oh diosa ! y lo siento. Esquivo los ardores de la noche espesa, sumergido en la oscura incertidumbre de un abismo infinito, buscando tus caricias en la penumbra cada vez mas profunda de los días regalados que se fueron. Inexorable el tiempo como furiosas olas furtivas, borró en la arena de mis sueños, la palabra mas bella y deseada; amor, que muerte mas inútil.


Adoro el bosque donde habita el Curubí. Puntiagudo y desesperado su canto es tan intenso, que al alba de espesa niebla, orienta a los Taumitas navegantes a arribar al puerto de Asidrón en busca de la preciada corteza del Jirigote, gruesa como el Taucarin; el árbol sagrado de los Choclotes, donde anida el Arvencejo de imponente porte y ojos grises e inflamados que en las noches de luna buena, acecha al incauto Torontillo. Todo el bosque se ilumina de misterio y los seres que lo habitan redoblan la guardia. El silencio impone su ritual sagrado, solo los mas osados reclaman al viento su desazón .





