sábado, 23 de abril de 2011

A los toros

Nunca hable de toros en esta plaza, eso tan nuestro. Allá donde se juntan la aristocracia y el pueblo, el señorío y la chusma. A mama le encantaban los toros y los toreros. Hace unos meses, me invitaron a una corrida de la feria de Valdemorillo. Tengo entendido que se trata de una de las ferias más importantes y antiguas de las que se celebran en España y por lo tanto en el mundo. España y el mundo. En algunas ocasiones he oído decir aquello de que el toro bravo no existiría si no fuera por las corridas. El pollo al chilindrón tampoco existiría si no fuera por el chilindrón que como todo el mundo sabe es un juego de naipes.
Preludio de clarines, cornetas y tambores; lo impone el protocolo. Comienza la fiesta. Concedido el pertinente permiso a los alguacilillos, paseíllo por el coso hasta el palco de presidencia. Se acusa la jerarquía en el desfile de las cuadrillas. Matadores, banderilleros, picadores en sus monturas, monosabios, areneros, tiro de mulillas y mulilleros. Seis toros seis aguardan en los chiqueros.
Es imponente ver salir al morlaco con impetuoso y razonable genio, a la defensiva de quien se siente acorralado. Qué hermoso animal. En los lances de recibo, atiende al engaño con noble bravura. Brinda el diestro, montera en mano que arroja al ruedo con garbo y destreza, la muerte del astado al respetable. Suerte de banderillas y picadores. Derrama el toro a borbotones, sangre por los costados. Como colofón a esta diabólica faena y en el mejor de los casos, se pasaporta al rumiante con una estocada en todo lo alto.
Ruego a Dios si es que se tercia, que tenga a bien disponer en el cielo de un hermoso prado para este imponente animal que desde tiempos empapa con su sangre la arena de todas las plazas de este mundo.